Suena el timbre. Por más de 40 años, ese sonido marcó el ritmo de los días de Elena. El recreo, el fin de la jornada, el inicio de las vacaciones. Pero este último timbre es diferente. Mientras sus alumnos corren al patio en un alboroto de risas y despedidas, Elena se queda sola en el silencio del aula. Mira el pizarrón, las sillas vacías, los dibujos pegados en la pared. Y una pregunta, tan silenciosa como abrumadora, llena el espacio: «He sido ‘la profe Elena’ toda mi vida. ¿Quién seré mañana?».
Esta sensación es increíblemente común. Para profesionales como Elena, que han dedicado su vida a una vocación, la jubilación no es solo un cambio financiero; es una profunda transición de identidad. Es completamente normal sentir una mezcla de alivio, pero también de vértigo y ansiedad ante el «después». ¿Qué sigue ahora?
Para una profesora, el trabajo es mucho más que un sueldo a fin de mes. Es propósito, es conexión, es ver crecer a generaciones. El miedo de Elena no era principalmente a no tener suficiente dinero, aunque era una preocupación válida. Su mayor temor era el silencio: el silencio de una rutina rota, de una mente sin desafíos y de una pasión puesta en pausa.
Muchas personas en su situación se preguntan:
Estos no son problemas técnicos; son inquietudes profundamente humanas. Sentirse así no es una señal de debilidad, sino la evidencia de una vida llena de entrega y significado. La buena noticia es que no tienes que elegir entre una jubilación de descanso total y seguir en la misma rutina agotadora.
Precisamente para situaciones como la de Elena, el sistema previsional chileno ofrece una flexibilidad que muchos desconocen: la posibilidad de pensionarse y seguir trabajando. Esto no significa duplicar la carga, sino rediseñar tu vida laboral para que se ajuste a tus nuevos deseos y necesidades.
¿Cómo funciona? Una vez que obtienes tu pensión (ya sea por Retiro Programado o Renta Vitalicia), tienes la libertad de volver a trabajar, ya sea como empleado o emitiendo boletas de honorarios. La clave es que ya no estás obligado a cotizar el 10% para tu fondo de pensiones (aunque sí para salud). Esto te permite recibir tu pensión completa y, al mismo tiempo, un ingreso extra por tu nueva actividad, dándote un respaldo financiero mucho más robusto.
Para Elena, entender esto fue un punto de inflexión. Se dio cuenta de que no tenía que abandonar su vocación, solo cambiar la forma en que la ejercía. Así fue como planificó su transición:
La historia de Elena nos enseña una lección poderosa: la jubilación no tiene por qué ser un final abrupto, sino un nuevo capítulo que tú tienes el poder de escribir. Ese sentimiento de incertidumbre que quizás sientes hoy es el primer paso para diseñar una etapa llena de propósito, tranquilidad y nuevas alegrías.
No se trata de «dejar de trabajar», sino de «dejar de trabajar como lo has hecho hasta ahora». Las herramientas existen para darte esa flexibilidad.